lunes, 13 de diciembre de 2010
La Guerra de Sucesión Austriaca fue un conflicto bélico que tuvo lugar desde 1740 hasta 1748, desatado por las rivalidades sobre los derechos hereditarios de la Casa de Austria a la muerte de Carlos VI, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En España se entronca con la ya existente Guerra de la oreja de Jenkins con el Reino de Gran Bretaña.
A causa de los intereses de Prusia, la rivalidad colonial franco-británica, los problemas italianos y la enemistad anglo-española de 1739, provocada por el contrabando de los navíos ingleses en América, la Casa de Austria se convirtió en el centro de la diplomacia a la muerte en 1740 del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos VI y la crisis sucesoria.
Las estipulaciones del Tratado de Westfalia se dejaron de lado en lo tocante a la restricción de no ir contra el emperador. Antes de su muerte, Francia, Prusia, Rusia, Gran Bretaña y las Provincias Unidas habían garantizado que la hija de Carlos, María Teresa I, heredaría el trono del Sacro Imperio, pero aparecieron otros aspirantes al trono: Carlos Alberto de Baviera y Augusto de Sajonia, yernos de José I, hermano y antecesor en el trono imperial de Carlos VI. Querían, respectivamente, Bohemia y la Corona imperial y Moravia. Carlos Manuel de Cerdeña reclamaba para sí el Milanesado, Felipe V de España reclamaba los ducados de Parma y Plasencia. El duque de Belle-Isle, que era el favorito de Luis XV de Francia, desacreditó la política de André Hercule de Fleury y respaldaba a los bávaros.
Las tensiones austro-prusianas se habían centrado en la negativa de Carlos VI a la anexión por parte de Prusia de los ducados de Berg y Cleves. Al ascender al trono, Federico II el Grande de Prusia se dispuso a ejecutar proyectos expansionistas con la conquista de Silesia. María Teresa I había heredado los estados patrimoniales, pero con escasos medios financieros y militares, y no estaba preparada para una confrontación sucesoria, a lo que se sumaba la escasa lealtad de algunos de sus súbditos, entre los que sobresalían ciertos nobles de Austria, Bohemia y Hungría. Ninguno de los reclamantes tenía reivindicaciones generales, pero unidas eran suficientes como para acabar con el poder de los Habsburgo.
Si el imperio de los Habsburgo hubiese formado una entidad nacional, la crisis dinástica se hubiera reducido a una cuestión austriaca exclusivamente. Pero tal imperio era una yuxtaposición de países unidos sólo por la dinastía, lo que tentaba a las potencias imperialistas a destruir la hegemonía que era obstáculo para sus propios intereses.
El rey de Prusia Federico II el Grande precipitó la guerra al invadir y ocupar Silesia en 1740. De un lado se encontraba la alianza formada por Baviera, Prusia, Sajonia, Francia, España (que estaba en guerra con Gran Bretaña desde 1739) y Cerdeña. Por otro, Austria, apoyada por las Provincias Unidas y Gran Bretaña.
Prusia conquistó Silesia en dos campañas, conocidas como Primera Guerra de Silesia (1740–1742) y Segunda Guerra de Silesia (1744–1745), respectivamente, cada una de las cuales finalizó con la firma de tratados de paz. En la batalla de Dettingen (junio de 1743), el «Ejército Pragmático» (Gran Bretaña, Austria, Hannover y Hesse) derrotó a los franceses. Pero en la batalla de Fontenoy (mayo de 1745) en Flandes, los franceses, al mando de Mauricio de Sajonia, derrotaron a los ingleses y a los austriacos, dirigidos por el Duque de Cumbria, e iniciaron la conquista de los Países Bajos austriacos, que terminó con la victoria francesa en Rocourt (Flandes) (octubre de 1746).
En Italia se enfrentaron españoles y franceses, por un lado, y austriacos por otro. La Guerra del rey Jorge constituyó la fase americana de la Guerra de Sucesión Austriaca y la primera de las guerras de Carnatic constituyó la fase India de la misma, ambas libradas entre Francia y Gran Bretaña.
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